miércoles, 1 de junio de 2011

TALLER DE ESCRITURA 2°5° T MAÑANA

Trabajamos palabras compuestas: prefijos.
Se les dio una serie de prefijos (inter-intra; sub; maxi, hiper; mini, micro, multi) y sus significados; y palabras base (manta, gato, espejo, cajón, pluma, hipopótamos, caras) para que creen palabras nuevas.
Resultaron las siguientes palabras: interespejo, subgato, minicajón, maximanta, maxipluma, multicaras, microhipopótamo. Con estas palabras inventadas tuvieron que escribir un cuento fantástico o de ciencia ficción.

Resultaron los siguientes textos:
El interespejo de Alejo.
Alejo era un chico de unos dieciséis años. Un día como cualquier otro iba caminando, y de repente, un papel le iluminó la cara. Era dorado, tan brilloso que lo encandecía.
Al recogerlo del suelo leyó unas palabras únicas "maximanta", "minicajón", "maxipluma", y la palabra que más le impresionó "tesoro". En ese momento cayó un rayo y se desvaneció. Se despertó después de escuchar un grito terrorífico. Se sentía mal y no podía manejar su cuerpo, intentaba mover el brazo y movía la pierna. Trató de mover el cuerpo durante horas. En ese momento escuchó una voz , un estruendo, y otro rayo le cayó en medio de los ojos. Cuando los abrió, vio un brillo dorado sobre todo su cuerpo; todavía no se había dado cuento del anciano que estaba al lado suyo.
    El viejo le dijo que él era especial, y que esos rayos que le caían encima eran "interespejos" que lo llevaban al futuro y al pasado cuando él quisiera, o cuando sintiera que está pasando algo que no tiene que pasar.
     Alejo le preguntó por qué el cuerpo no le respondía a los estímulos normales. Él le respondió que tenía que entrenarse mucho psicológicamente, que sus sentimientos alteraban la mobilidad de su cuerpo.
     Desde ese día empezó a entrenar, pero no le fue como el esperaba. Si se ponía feliz, el cuerpo no reaccionaba. Ni el mínimo músculo podía mover con su consentimiento; eso lo irritaba, y cuando se enojaba, podía moverse con más facilidad. En ese momento Alejo se tornó triste y furioso; cada vez más amargado. Tanto odio sintió que se estancó en la nada, no sabía qué hacer. Sentía tanto dolor... que simplemente se dejó estar , dejó de comer... hasta que un rayo le cayó nuevamente encima, sacando de su cuerpo un vapor, desvaneciéndose.  (Andrés Verdún)



En el año 1992, en una casa cercna a la Rural habitaban un par de amigos llamados Gonzalo y Sebastián. En el sótano de la casa, oculto, se encontraba un interespejo, el cual te llevaba de una dimensión a otra.
Ambos comenzaron a recorrer la casa. Gonzalo empezando por la cocina;  y Sebastián  recorriendo el sótano, vio algo dentro de una caja, la cual tenía un vidrio. Intrigado se acercó a mirar y lo que sobresalía era el "interespejo". Su tamaño era grande.
   Mientras tanto, Gonzalo, intrigado por lo que tardaba su amigo en volver del sótano, fue a buscarlo. Se encontró con Sebastián ,  con el interespejo, a unos pasos de ir a la otra dimensión. Cuando se vieron, Sebastián no dudó ni un segundo en exclamar "este espejo es mío", "me pertenece". Ambos quedaron enojados.
   Sebastián entró al interespejo y pasó a la otra domensión, pero quedó abierto y su amigo no dudó en meterse él también. Se encontraron con una dimensión realmente distinta, en la cual habitaban superperros, subgatos, microhipopótamos y multicaras.
   Al ver la dimensión tan distinta a la normal, ambos quedaron tan asustados, que no dudaron en volver a su dimensión de origen. Se pasó el enojo, volvieron a la tranquilidad y ese espejo "¡no se volverá a tocar!", exclamó Sebastián. (Leandro Loporto)


"La casa embrujada"
En medio del parque se encuentra la casona abandonada. Su entrada está celosamente custodiada por un superperro que permite el ingreso a una sala inmensa habitada por semifantasmas. Contra una pared hay un interespejo que refleja multicaras, y cerca de él, un cuadro con la figura de un microhipopótamo. En el piso semicubierto con una maximanta se oculta un minicajón que sirve de casa de un subgato, el cual duerme sobre una maxipluma.
En esta casona se guardó un tesoro sobrenatural, que en manos equivocadas puede destruir el universo.
De repente, del interespejo salieron tres extraterrestres en busca de ese tesoro. Los semifantasmas no podían dejar que se lo llevaran, ya que debían protegerlo para evolucionar y salvar al mundo.
Los visitantes llegaron y fueron atacados sin previo aviso por los semifantasmas, dispuestos a hacer lo que sea para defender tan valioso tesoro. Los redujeron y los golpearon salvajemente con un superpalo.
Los extraterrestres indefensos se ocultaron detrás de la maximanta y escaparon por el interespejo para no regresar jamás.
Los semifantasmas evolucionaron y se convirtieron en fantasmas preparados con superpoderes para proteger al universo y salvar a la humanidad indefensa. (Sebastián Casanova)



En el año 2000, en Argentina, Buenos Aires, a las 11:30, un chico llamado Leandro, que estaba en un supermercado, encontró un espejo raro donde no se veía nada. Lo tocó para ver de qué estaba hecho y su mano desapareció. Leandro quedó muy impresionado. Sacó la mano y le fue a contar a alquien lo sucedido.
Todos pensaron que estaba loco, entonces fue a hablar con el dueño del supermercado. Éste le dijo que se trataba de un interespejo y que si pasabas a través de él, se podía viajar a otra dimensión.
Leandro lo traspasó y apareció en un lugar muy extraño. Había un gato al que le faltaba un ojo y no tenía cola. Un señor le dijo que era un subgato. El chico quedó muy impresionado, no solo por el animal, sino también por el hombre que le hablaba, que era azul y tenía cola. Así se enteró de que estaban en Saturno.
Esta criatura le dio un minicajón que podía guardar en el bolsillo, en el cual entraba cualquier cosa sin importar el tamaño. También le dijo que había un hombre muy malvado al que le decían "el señor oscuro", y que podía volver a su planeta a través del interespejo que él tenía.
En busca del interespejo, Leandro encontró una pluma gigante, una maxipluma, que pertenecía a una ave fénix.
- Con ella podés volar- le dijo el señor.
Leandro la guardó en el minicajón.
Llegó al castillo donde habitaba "el señor oscuro", pero le tendió una trampa y lo atrapó en una jaula.
Entonces, en ese momento, Leandro le tira el minicajón al pregato; y el pregato saca la maxipluma y se trasnforma en un supergato con cola, pelo, pero también con alas de fuego. El supergato lo venció y Leandro pude volver.
Al regresar se encontró en el supermercado pero nada había cambiado. Leandro habló con el dueño para que esconda el interespejo en un lugar seguro. (Santiago Peralta)

TALLER DE ESCRITURA. 1° 4° T TARDE

La actividad consiste en :
  1. Recortar sustantivos comunes de diarios y revistas.
  2. Seleccionar uno de ellos al azar.
  3. Pegar en la carpeta y realizar asociaciones de esa palabra con otras que vengan a la mente.
  4. Redactar un mito o leyenda que explique el origen de esa palabra que fue elegida al azar, utilizando en el relato la mayor cantidad de palabras que asociaron.
Resultaron los siguientes relatos:
AMOR. Al principio no existía el amor, hasta que apareció el Dios Cupido, y flechó a la primera persona, Damián, para enamorarlo. Aunque el amor tenía su lado bueno y su lado malo como reír, llorar, sufrir, decepcionarse, comprender, etc. Él hizo que sea un sentimiento divino. Así fue como Damián se enamoró de Micaela por el flechazo y pudo descubrir y valorar todos los aspectos positivos del Amor. Se dio cuenta que existen diferentes amores como el de hermanos, una madre, un hijo, una pareja.
Gracias a Cupido la gente descubrió que el Amor es uno de los sentimientos más lindos que tiene la vida. (Micaela García)


MAESTRO. En un comienzo no existía el Maestro, ya que Dios no había creado a alguien lo suficientmente inteligente para enseñar a los demás. Pero éste, ya cansado de que su creación no avanzara ni tecnológicamante, ni mentalmente, decidió crear una persona capaz de convertirse en Maestro. Al fin, después de tanto esfuerzo la creó; una joven que nació en Egipto siendo la hija de un emperador. Al principio costó un poco, ya que su padre no quería que enseñara a los pequeños cosas que no entendían. Pero una vez Dios se le apareció al padre y le explicó la importancia de esto. 
Así una día, una niña, mientras la hija del emperador le enseñaba, inventó una palabra para describir a esta joven; la palabra era Maestra.
Y así se originó el Maestro, que hasta el día de hoy sigue enseñándonos. (Brenda Farias)

NOCHES. En un comienzo no existían las noches ni los días. Años después una diosa llamada Lucía fue obligada por su padre, el Dios Julio, a casarse con el Dios Ur, hijo del Dios Neptuno, que representaba al sol. Pero ella estaba enamorada del Dios Zeus, de la oscuridad. Así que dos días antes de su boda se escapó con él y quedó embarazada. Su padre la encontró y la obligó a casarse . Luego nació su hijo, y en honor al gran amor que sintió por el dios de la oscuridad, el padre de la criatura,  le puso de nombre "Noche".  Ella vivió muy feliz con su hijo, pero llena de dolor por su gran amor, el
Dios Zeus de la oscuridad. Es por eso, que se dice que las noches son hijas de la oscuridad.(Nahue Nuñez)


PENSAMIENTOS. En un comienzo no existía el pensamiento, por eso Dios decidió crearlo, ya que vió al hombre muy desorientado. Entonces Dios decidió regalarle al hombre ese don. Desde ese momento, el hombre tuvo más ideas y desarrolló distintas habilidades. Creó el arte, para disfrutar de las formas y los colores;  los adelantos tecnológicos para mejorar su vida;  la música, los juegos, los deportes, para ocupar su tiempo libre, etc. ( Emmanuel Ibarra)

MICRO-RELATOS

El hombre mira a su alrededor. Entra en el baño. Se lava las manos. El jabón huele a violetas. Cuando ajusta la canilla, el agua sigue goteando. Se seca. Coloca la toalla en el lado izquierdo del toallero: el derecho es el de su mujer. Cierra la puerta del baño para no oír el goteo. Otra vez en el dormitorio. Se pone una camisa limpia: es de puño francés. Hay que buscar los gemelos. La pared está empapelada con dibujos de pastorcitas y pastorcitos. Algunas parejas desaparecen debajo de un cuadro que reproduce Los amantes de Picasso, pero más allá, donde el marco de la puerta corta un costado del papel, muchos pastorcitos se quedan solos, sin sus compañeras. Pasa al estudio. Se detiene ante el escritorio. Cada uno de los cajones de ese mueble grande como un edificio es una casa donde viven cosas. En una de esas cajas las cuchillas de la tijera deben de seguir odiándoles como siempre. Con la mano acaricia el lomo de sus libros. Un escarabajo que cayó de espaldas sobre el estante agita desesperadamente sus patitas. Lo endereza con un lápiz. Son las cuatro del la tarde. Pasa al vestíbulo. Las cortinas son rojas. En la parte donde les da el Sol, el rojo se suaviza en un rosado. Ya a punto de llegar a la puerta de salida se da vuelta. Mira a dos sillas enfrentadas que parecen estar discutiendo ¡todavía! Sale. Baja las escaleras. Cuenta quince escalones. ¿No eran catorce? Casi se vuelve para contarlos de nuevo pero ya no tiene importancia. Nada tiene importancia. Se cruza a la acera de enfrente y antes de dirigirse hacia la comisaría mira la ventana de su propio dormitorio. Allí dentro ha dejado a su mujer con un puñal clavado en el corazón.

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

-Veamos –dijo el profesor-. ¿Alguno de ustedes sabe qué es lo contrario de IN?
-OUT – respondió prestamente un alumno.
-No es obligatorio pensar en inglés. En Español, lo contrario de IN (como prefijo privativo, claro) suele ser la misma palabra, pero sin esa sílaba.
-Sí, ya sé: insensato y sensato, indócil y dócil, ¿no?
-Parcialmente correcto. No olvide, muchacho, que lo contrario del invierno no es el vierno sino el verano.
-No se burle, profesor.
-Vamo a ver. ¿Sería capaz de formar una frase, más o menos coherente, con palabras que, si son despojadas del prefijo IN, no confirman la ortodoxia gramatical?
-Probaré, profesor: “Aquel dividuo memorizó sus cógnitas, se sintió fulgente pero dómito, hizo ventario de las famias con que tanto lo habían cordiado, y aunque se resignó a mantenerse cólume, así y todo en las noches padecía de somnio, ya que le preocupaban la flación y su cremento.”
-Sulso pero pecable –admitió sin euforia el profesor.

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

IMÁGENES SURREALISTAS.











LA FIESTA AJENA. Liliana Heker


Nomás llegó, fue a la cocina a ver si estaba el mono. Estaba y eso la tranquilizó: no le hubiera gustado nada tener que
darle la razón a su madre. ¿Monos en un cumpleaños?, le había dicho; ¡por favor! Vos sí que te creés todas las
pavadas que te dicen. Estaba enojada pero no era por el mono, pensó la chica: era por el cumpleaños.
–No me gusta que vayas –le había dicho–. Es una fiesta de ricos.
–Los ricos también se van al cielo–dijo la chica, que aprendía religión en el colegio.
–Qué cielo ni cielo –dijo la madre–. Lo que pasa es que a usted, m'hijita, le gusta cagar más arriba del culo.
A la chica no le parecía nada bien la manera de hablar de su madre: ella tenía nueve años y era una de las mejores
alumnas de su grado.
–Yo voy a ir porque estoy invitada –dijo–. Y estoy invitada porque Luciana es mi amiga. Y se acabó.
–Ah, sí, tu amiga –dijo la madre. Hizo una pausa–. Oíme, Rosaura –dijo por fin–, esa no es tu amiga. ¿Sabés lo que sos
vos para todos ellos? Sos la hija de la sirvienta, nada más.
Rosaura parpadeó con energía: no iba a llorar.
–Callate –gritó–. Qué vas a saber vos lo que es ser amiga.
Ella iba casi todas las tardes a la casa de Luciana y preparaban juntas los deberes mientras su madre hacía la limpieza.
Tomaban la leche en la cocina y se contaban secretos. A Rosaura le gustaba enormemente todo lo que había en esa
casa. Y la gente también le gustaba.
–Yo voy a ir porque va a ser la fiesta más hermosa del mundo, Luciana me lo dijo. Va a venir un mago y va a traer un
mono y todo. La madre giró el cuerpo para mirarla bien y ampulosamente apoyó las manos en las caderas. –¿Monos
en un cumpleaños? –dijo–. ¡Por favor! Vos sí que te creés todas las pavadas que te dicen.
Rosaura se ofendió mucho. Además le parecía mal que su madre acusara a las personas de mentirosas simplemente
porque eran ricas. Ella también quería ser rica, ¿qué?, si un día llegaba a vivir en un hermoso palacio, ¿su madre no la
iba a querer tampoco a ella? Se sintió muy triste. Deseaba ir a esa fiesta más que nada en el mundo.
–Si no voy me muero –murmuró, casi sin mover los labios. Y no estaba muy segura de que se hubiera oído, pero lo
cierto es que la mañana de la fiesta descubrió que su madre le había almidonado el vestido de Navidad. Y a la tarde,
después que le lavó la cabeza, le enjuagó el pelo con vinagre de manzanas para que le quedara bien brillante. Antes de
salir Rosaura se miró en el espejo, con el vestido blanco y el pelo brillándole, y se vio lindísima.
La señora Inés también pareció notarlo. Apenas la vio entrar, le dijo:
–Qué linda estás hoy, Rosaura.
Ella, con las manos, impartió un ligero balanceo a su pollera almidonada: entró a la fiesta con paso firme. Saludó a
Luciana y le preguntó por el mono. Luciana puso cara de conspiradora; acercó su boca a la oreja de Rosaura.
–Está en la cocina –le susurró en la oreja–. Pero no se lo digas a nadie porque es un secreto.
Rosaura quiso verificarlo. Sigilosamente entró en la cocina y lo vio. Estaba meditando en su jaula. Tan cómico que la
chica se quedó un buen rato mirándolo y después, cada tanto, abandonaba a escondidas la fiesta e iba a verlo. Era la
única que tenía permiso para entrar en la cocina, la señora Inés se lo había dicho: 'Vos sí pero ningún otro, son muy
revoltosos, capaz que rompen algo". Rosaura, en cambio, no rompió nada. Ni siquiera tuvo problemas con la jarra de
naranjada, cuando la llevó desde la cocina al comedor. La sostuvo con mucho cuidado y no volcó ni una gota. Eso que
la señora Inés le había dicho: "¿Te parece que vas a poder con esa jarra tan grande?". Y claro que iba a poder: no era
de manteca, como otras. De manteca era la rubia del moño en la cabeza. Apenas la vio, la del moño le dijo:
–¿Y vos quién sos?
–Soy amiga de Luciana –dijo Rosaura.
–No –dijo la del moño–, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no
te conozco.
–Y a mí qué me importa –dijo Rosaura–, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas.
–¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? –dijo la del moño, con una risita.
– Yo y Luciana hacemos los deberes juntas –dijo Rosaura, muy seria. La del moño se encogió de hombros.
–Eso no es ser amiga –dijo–. ¿Vas al colegio con ella?
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–No.
–¿Y entonces, de dónde la conocés? –dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo:
–Soy la hija de la empleada –dijo.
Su madre se lo había dicho bien claro: Si alguno te pregunta, vos le decís que sos la hija de la empleada, y listo.
También le había dicho que tenía que agregar: y a mucha honra. Pero Rosaura pensó que nunca en su vida se iba a
animar a decir algo así.
–Qué empleada–dijo la del moño–. ¿Vende cosas en una tienda?
–No –dijo Rosaura con rabia–, mi mamá no vende nada, para que sepas.
–¿Y entonces cómo es empleada? –dijo la del moño.
Pero en ese momento se acercó la señora Inés haciendo shh shh, y le dijo a Rosaura si no la podía ayudar a servir las
salchichitas, ella que conocía la casa mejor que nadie.
– Viste –le dijo Rosaura a la del moño, y con disimulo le pateó un tobillo.
Fuera de la del moño todos los chicos le encantaron. La que más le gustaba era Luciana, con su corona de oro;
después los varones. Ella salió primera en la carrera de embolsados y en la mancha agachada nadie la pudo agarrar.
Cuando los dividieron en equipos para jugar al delegado, todos los varones pedían a gritos que la pusieran en su
equipo. A Rosaura le pareció que nunca en su vida había sido tan feliz.
Pero faltaba lo mejor. Lo mejor vino después que Luciana apagó las velitas. Primero, la torta: la señora Inés le había
pedido que la ayudara a servir la torta y Rosaura se divirtió muchísimo porque todos los chicos se le vinieron encima y
le gritaban "a mí, a mí". Rosaura se acordó de una historia donde había una reina que tenía derecho de vida y muerte
sobre sus súbditos. Siempre le había gustado eso de tener derecho de vida y muerte. A Luciana y a los varones les dio
los pedazos más grandes, y a la del moño una tajadita que daba lástima.
Después de la torta llegó el mago. Era muy flaco y tenía una capa roja. Y era mago de verdad. Desanudaba pañuelos
con un solo soplo y enhebraba argollas que no estaban cortadas por ninguna parte. Adivinaba las cartas y el mono era
el ayudante. Era muy raro el mago: al mono lo llamaba socio. "A ver, socio, dé vuelta una carta", le decía. "No se me
escape, socio, que estamos en horario de trabajo".
La prueba final era la más emocionante. Un chico tenía que sostener al mono en brazos y el mago lo iba a hacer
desaparecer.
–¿Al chico? –gritaron todos.
–¡Al mono! –gritó el mago.
Rosaura pensó que ésta era la fiesta más divertida del mundo.
El mago llamó a un gordito, pero el gordito se asustó enseguida y dejó caer al mono. El mago lo levantó con mucho
cuidado, le dijo algo en secreto, y el mono hizo que sí con la cabeza.
–No hay que ser tan timorato, compañero –le dijo el mago al gordito.
–¿Qué es timorato? –dijo el gordito. El mago giró la cabeza hacia uno y otro lado, como para comprobar que no había
espías.
–Cagón –dijo–. Vaya a sentarse, compañero.
Después fue mirando, una por una, las caras de todos. A Rosaura le palpitaba el corazón.
–A ver, la de los ojos de mora –dijo el mago. Y todos vieron cómo la señalaba a ella.
No tuvo miedo. Ni con el mono en brazos, ni cuando el mago hizo desaparecer al mono, ni al final, cuando el mago
hizo ondular su capa roja sobre la cabeza de Rosaura, dijo las palabras mágicas... y el mono apareció otra vez allí, lo
más contento, entre sus brazos. Todos los chicos aplaudieron a rabiar. Y antes de que Rosaura volviera a su asiento, el
mago le dijo:
–Muchas gracias, señorita condesa.
Eso le gustó tanto que un rato después, cuando su madre vino a buscarla, fue lo primero que le contó.
– Yo lo ayudé al mago y el mago me dijo: "Muchas gracias, señorita condesa".
Fue bastante raro porque, hasta ese momento, Rosaura había creído que estaba enojada con su madre. Todo el
tiempo había pensado que le iba a decir: "Viste que no era mentira lo del mono". Pero no. Estaba contenta, así que le
contó lo del mago.
Su madre le dio un coscorrón y le dijo:
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–Mírenla a la condesa.
Pero se veía que también estaba contenta.
Y ahora estaban las dos en el hall porque un momento antes la señora Inés, muy sonriente, había dicho: "Espérenme
un momentito".
Ahí la madre pareció preocupada.
–¿Qué pasa? –le preguntó a Rosaura.
–Y qué va a pasar –le dijo Rosaura–. Que fue a buscar los regalos para los que nos vamos.
Le señaló al gordito y a una chica de trenzas, que también esperaban en el hall al lado de sus madres. Y le explicó
cómo era el asunto de los regalos. Lo sabía bien porque había estado observando a los que se iban antes. Cuando se
iba una chica, la señora Inés le regalaba una pulsera. Cuando se iba un chico, le regalaba un yo-yo. A Rosaura le
gustaba más el yo-yo porque tenía chispas, pero eso no se lo contó a su madre. Capaz que le decía: "Y entonces, ¿por
qué no le pedís el yo-yo, pedazo de sonsa?". Era así su madre. Rosaura no tenía ganas de explicarle que le daba
vergüenza ser la única distinta. En cambio le dijo:
–Yo fui la mejor de la fiesta. Y no habló más porque la señora Inés acababa de entrar en el hall con una bolsa celeste y
una bolsa rosa. Primero se acercó al gordito, le dio un yo-yo que había sacado de la bolsa celeste, y el gordito se fue
con su mamá. Después se acercó a la de trenzas, le dio una pulsera que había sacado de la bolsa rosa, y la de trenzas
se fue con su mamá.
Después se acercó a donde estaban ella y su madre. Tenía una sonrisa muy grande y eso le gustó a Rosaura. La señora
Inés la miró, después miró a la madre, y dijo algo que a Rosaura la llenó de orgullo. Dijo:
–Qué hija que se mandó, Herminia.
Por un momento, Rosaura pensó que a ella le iba a hacer los dos regalos: la pulsera y el yo-yo. Cuando la señora Inés
inició el ademán de buscar algo, ella también inició el movimiento de adelantar el brazo. Pero no llegó a completar ese
movimiento. Porque la señora Inés no buscó nada en la bolsa celeste, ni buscó nada en la bolsa rosa. Buscó algo en su
cartera.
En su mano aparecieron dos billetes.
–Esto te lo ganaste en buena ley–dijo, extendiendo la mano–. Gracias por todo, querida.
Ahora Rosaura tenía los brazos muy rígidos, pegados al cuerpo, y sintió que la mano de su madre se apoyaba sobre su
hombro. Instintivamente se apretó contra el cuerpo de su madre. Nada más. Salvo su mirada. Su mirada fría, fija en la
cara de la señora Inés.
La señora Inés, inmóvil, seguía con la mano extendida. Como si no se animara a retirarla. Como si la perturbación más
leve pudiera desbaratar este delicado equilibrio.

CUMBIA GRAMATICAL


PARA APRENDER GRAMÁTICA EN FORMA MÁS ENTRETENIDA Y DIVERTIDA.
ALGUNAS EXPRESIONES QUE SUELEN USAR LOS JÓVENES.

RAP DE LA PUNTUACIÓN. ELIZABETH LAVANCHY

EL RAP DE LA PUNTUACIÓN
Si aburrido te resulta estudiar,
la gramática te voy a enseñar,
pausas largas y cambios de tema
usando el punto sin problemas.
Una oración vas a cerrar,
mayúsculas y una nueva empezará
cambio de párrafo e ideas hay
cuando un punto aparte encontrás.

Cuando una idea queda incompleta,
o las enumeraciones son abiertas,
también duda podés expresar,
temor, vacilación y suspenso crear,
con los tres puntos te podés  ayudar.

La pausa breve podés realizar,
con una buena coma en ese lugar,
elidiendo verbos la vas a encontrar
para enumeraciones la vas a usar,
o cuando inviertas el orden habitual,
en la oración que querés expresar.
Las aclaraciones entre comas van,
antes de pero, sin embargo, mas
las aposiciones entre ellas están
de esto nunca te tenés que olvidar.

El punto y coma podés aplicar
si enumeraciones complejas hay,
para conectar proposiciones extensas
y crear oraciones yuxtapuestas.
A las conjunciones podés ayudar
aunque, sin embargo, por lo tanto, mas
pero, por consiguiente, en consecuencia, ya
delante de ellas la tenés que ubicar.

Para terminar los dos puntos están
para introducir ejemplos, y  al final
al enumerar los vas a usar
precediendo  citas textuales van.
Antes de afirmar,
o causa y consecuencias de algo dar
antes del resumen de lo explicado
¡los dos puntitos te han salvado!.

Si más entretenido ahora resultó
es porque la profe así lo intentó
espero que de algo les haya servido
y hasta la próxima de uds. me despido.

LOS VÁNDALOS. MIREYA KELLER


Santiago de Chile
septiembre, 1987

            La mañana no es clara, como tantas otras, y a pesar del frío afuera, el aire aquí es denso y enrarecido. Abren un poco la puerta y dejan entrar la brisa. El aire continúa enrarecido.
            Las sillas dispuestas muy juntas, una al lado de la otra, en semicírculo, y la gringa alta y delgada en la punta, con su puntero alto y delgado, con la voz segura, con su inglés perfecto.
            La flaca sentada en la primera silla trata de imitarla, pero su voz emite sonidos raros, extraña mezcla de español castizo con criollismo puro en un intento desesperado de apoderarse de este idioma tan esquivo a los que no nacieron con él.
            La joven de ojos asustados que está enfrente no pestañea, no vaya a ser que se le escape alguna de las preciosas palabras.
            En las otras sillas una profusión de pieles con botas elegantes. El aire afuera está muy frío.
            El muchacho alto, el de los ojos burlones, sentado en el fondo, cuenta las últimas noticias. Trabaja en el aeropuerto y todos los días atraviesa la ciudad y cruza al otro lado, ese lugar tan lejano y siniestro, tan ajeno.
            La señora Larrea, de marido Etcheverry, cuenta a quien quiera escucharla – parece que no son muchos – del montón de Etcheverrys que irán esta noche a cenar a su casa.
            El señor del lado – parece que es comerciante – hace esfuerzos cómicos por lo descomunales para sujetar el inglés dentro de su boca, pero las palabras se le ahogan antes de salir, la lengua se le escapa sola. Maldito inglés. Pero ¡es tan importante!
            La señora Larrea dice que qué haríamos si no fuera por el inglés, cómo podríamos entender el mundo, los de allá tan diferentes de los de acá; mejor integrémonos rápido, dice, con los de allá, por supuesto, no vaya a ser cosa que los de acá nos sofoquen.
            La niña de lentes dice que anoche hubo líos en el centro, pero por suerte en estos lados no pasa nada.
            El abrigo de piel gris con rostro hermoso y dientes blancos dice que esos que hacían lío eran unos vándalos.
            El muchacho alto y de ojos burlones agrega que no es cosa buena tanta represión porque desata más odios.
El señor comerciante también cree que deben ser vándalos, si no cómo se explica que saqueen y roben, ¡que entren hasta en los supermercados!
Una rubia que está muda y se sienta justo en el medio de la sala, sigue muda. La gringa en la punta habla en su inglés perfecto, pero tiene cara de que no entiende nada.
La muchacha morena, de modos y ropas discretas, piensa discretamente en cuánto le faltará para llegar al ansiado “allá” y si la gringa cabalgando en su puntero será el mejor camino.
Todos siguen sentados en la misma sala con el aire enrarecido y el frío afuera. Los vándalos están lejos, arrinconados, amontonados, al otro lado de la ciudad. Por suerte no se les ocurre aprender inglés.
El muchacho burlón dice con aire serio que realmente cree que es cosa de oportunidades, de educación, y que ahora ni siquiera eso, ahora es cosa de poder comer.
La señora Larrea, indignada, responde que ella tiene muchos años y experiencia y que la educación nunca arregló nada, porque los pobres son siempre pobres y que lo de la comida es puro cuento de algún grupito que así lo quiere hacer creer, porque en este país siempre hubo de sobra para comer. Es que son unos vagos, eso son,  - y siguió la señora Larrea – la cosa es tener mano dura, y de qué represión me hablan, si hoy en día los pobres hacen lo que quieren, no ven que prenden hogueras en cualquier lado, encienden neumáticos, asaltan supermercados, roban comida, en fin, de qué educación me hablan.
La rubia del medio sigue muda y la gringa parece flotar en el aire enrarecido.
Se abre de golpe la puerta y un brazo pequeño y flaco se estira hasta casi tocar las pieles. Después aparecen, de a poco, unos ojos negros y grandes de susto, una cara pequeña y huesuda, una boca que tiembla, un cuerpo chiquito y amoratado, una niñez vieja, los pies descalzos y el aire frío que entra.
En las sillas ordenadas, una al lado de la otra, los abrigos se erizan, las botas de cuero fino se encogen. El inglés enmudece en la boca de todos y se escapan los más variados criollismos.
La señora Larrea se estremece: ¡son los vándalos! Dios mío. Llegaron.
El brazo pequeño escapa aterrorizado ante el grito que parece de guerra.
Los ojos burlones se pusieron tristes, las señoras de marido Etcheverry y los comerciantes, de luto. Lágrimas en la cara de la rubia, que no dijo ni una palabra. La gringa flaca del inglés perfecto cabalga en su puntero y no entiende nada. Afuera el aire está cada vez más frío.

Buenos Aires,
abril, 2005.

Mireya  Keller

LA VENTANA. MIREYA KELLER

Esta calle donde vivimos es como una bendición. Mucho más después de lo que pasamos, todos amontonados en una piecita oscura, húmeda y fría. Aquí en cambio las casas son amplias, de ladrillos rojos, dos pisos, jardines y el sol entra por cualquier lado. Nuestra casa también es así. Y la del vecino, un chico alto y delgado con ojos que cuando miran te atraviesan,  es la más grande y bonita de la cuadra. Hay muchos perros. Es lo único malo, les tengo miedo y eso que en mi casa tenemos dos policiales, inmensos, uno de poco pelo y color café oscuro que es de mi hermano menor y todos lo quieren, dicen que es muy tierno. El otro es mucho más lindo, gris y peludo, pero es tonto y celoso, al menos eso cree mamá, que ya no lo soporta. Pobre mamá, que trabaja todo el día y llega siempre cansada con papá y su cara para adentro. Mi papá sí que es tierno, no como ese perrote grande y feo que ladra y mueve la cola cuando llega mi hermano y que a mí no me quiere, se da cuenta que ni él ni el otro perro bonito y celoso entran en mi mundo. Mi papá sí. Lo quiero tanto aunque ahora casi no me mira, anda todo el tiempo con esa cara rara que antes no tenía, como si solo se estuviera viendo para adentro y el resto no existiera. No me importa, yo lo quiero más todavía, quizás para compensarlo. Aunque a veces creo que solo fue un mal sueño. De un a día para el otro perdimos todo lo que teníamos, hasta los juguetes de mis hermanos y mi muñeca que caminaba cuando la tomaba de la mano. Y de la casa blanca y señorial – como dice mi mamá -  que tenía rejas negras y altas y un jardín enorme, pasamos a la piecita en la que vivía mi abuela y nos amontonamos en una cama fría con el anafe que estaba siempre prendido y echaba un humo negro con olor feo y en el que la abuela cocinaba para todos como podía. Las conversaciones en voz baja se apagaban de golpe cuando volvíamos del colegio y mi papá estaba siempre pálido y en silencio. Hasta que por fin pudimos cambiarnos a esta casa más chiquita pero linda, con mucho esfuerzo y trabajo, como decía mamá con su voz de trueno, que esa es la voz de mamá siempre. Siento miedo cuando ella habla así porque nunca más quiero irme de acá, a ningún lado. No podría soportar perder más cosas.
Yo tengo doce años y lo quiero a mi papá pero estoy enamorada de mi vecino. No se lo cuento a nadie. La verdad, estoy loca por mi vecino. Al menos eso dice mi hermana. Porque ella sí lo sabe, dormimos en el mismo cuarto y conversamos de todo bien bajito después que papá entra y nos cubre y apaga la luz. En las mañanas nos cuesta despertarnos y mamá nos reta y después nos vamos juntas al colegio. Me puse muy contenta el día que descubrí que el vecino estudiaba en el liceo de hombres muy cercano al nuestro y podíamos  encontrarnos en el bus.  

Ahora vivimos lejísimo del colegio pero no me importa, me gusta este barrio de ladrillos rojos. Y me gusta mucho más porque por fin salimos de la piecita fría de mi abuela. Y porque mi vecino tiene los ojos más lindos que vi en mi vida. A mi hermana no le interesan para nada, o eso dice, ni el vecino ni el barrio, pero me sigue en todo lo que hago, como el perro de mi hermano, el que no es muy bonito pero es tierno y se llama Tobi y en cuanto lo ve no lo deja ni a sol ni a sombra. Es lo mismo que hace mi hermana. No me deja ni a sol ni a sombra. Solo tiene un año y medio menos que yo, es poco pero a veces parece un siglo. Eso pienso mientras mi hermana me pisa los talones y yo apuro el paso porque quiero estar sola. Alguna vez quiero estar sola. Y dedicarme a mirar a mi vecino aunque el bus esté lleno. Por suerte vivimos lejos y el bus se demora. Sobre todo me gusta mirarlo cuando está con esos ojos, rojos como el fuego más rojo. Son de enamorado, le digo a mi hermana, y ella me dice otra vez que estoy loca, no ve ningún fuego, y yo que sí, míralo, si hasta tiene que entrecerrar los ojos como si un volcán los estuviera quemando.  Y mi hermana se burla, entre enojada y aburrida, y dice que soy el colmo de lo dramática, que de dónde saco eso. Y más se enoja cuando la hago bajarse a los apurones del bus que tomamos porque lo busqué y no estaba. Y esperamos en una esquina cualquiera, y nos subimos en el próximo, y nos volvemos a bajar y otra vez, así, hasta que él aparece, y estoy segura que lo hace a propósito, en un juego en el que nunca hablamos pero sabemos, y lo repetimos día a tras día, para desesperación de mi hermana. Después de la hora y media – o más, dependiendo de los sube y baja -  que demoramos hasta llegar a  nuestra parada, que es la misma parada de él, tenemos exactamente cinco cuadras hasta la casa y él un poco más. Las caminamos muy lento, y yo sujeto a mi hermana y voy despacito para que Adolfo, que así se llama nuestro vecino, pase adelante, y luego él hace lo mismo y tenemos que pasar nosotras y mi hermana muerta de rabia por lo que yo hago y la hago hacer a ella. Claro que todo tiene su precio,  dice que le va a contar a mamá, que soy muy chica para andar haciendo estas cosas y que me van a castigar, y yo lo creo, seguro, me van a castigar aunque papá me defienda porque mamá es mucho más estricta. Mamá dirige todo con su voz de trueno. Pero yo me guardo los vueltos y no me compro ni un caramelo ni el chocolate con avellanas que me encanta para darle todo a mi hermana. Hay que pagar el silencio.

Mamá y papá no se dan cuenta de nada porque llegan tarde y cansados, trabajan mucho. A veces escucho que hablan de pagos y cuentas y se pelean y me vuelve el miedo hasta que papá entra despacito a nuestro cuarto y nos tapa. No dice nada. Sólo nos mira. El perro de mi hermano también me mira pero con malos ojos y el celoso cada vez peor, mamá dice que lo va a regalar, ya no lo aguanta. Sólo papá vive en su mundo, queriéndonos, pero aislado. Eso me pone muy triste y espero que algún día vuelva a ser como antes, cuando me sentaba en sus rodillas y yo me peleaba con mi hermana por ese lugar y él nos contaba historias de su pueblo.
Al fin llegó el verano y hace calor y pasan los heladeros y todo está verde, mi casa y el barrio parecen más alegres todavía y me olvido de mis miedos. Por suerte quedaron tan lejos los días fríos en la pieza de la abuela. Sólo a mi papá se le quedó para siempre esa vida como de heladera adentro del alma y no tiene ganas de contarnos sus historias. Creo que no tiene ganas de nada ahora que su cara está cada vez más para adentro. Cuando nos dimos cuenta que con el verano se nos terminaba el colegio y ya no íbamos a poder seguir con el jueguito de cambiarnos de bus y encontrarnos con mi vecino, decidimos otra estrategia. Es decir, la decidió mi hermana, porque dice que yo soy una romanticota sin solución y que estoy loca de remate y que si seguimos así nunca vamos a saber a quién mira el vecino, porque puede ser a ella y no a mí. Si fuera como dice mi hermana, me muero. Lo pienso pero no le digo nada. Así que combinamos las dos, decididas por fin a todo, y nos vinimos directo del colegio, sin esperarlo, y nos instalamos en la ventana de nuestro dormitorio, en el segundo piso. Me gusta que nuestra casa tenga dos pisos y que no estemos todos apiñados en un solo cuarto como con la abuela. Esperamos, y cuando ya parecía que no venía, que ese día estaba perdido, lo vimos. Él tenía que pasar por nuestra casa para ir hasta la suya, pero otras veces, en cuanto lo veíamos aparecer en la esquina nos agachábamos y permanecíamos escondidas. Ahora sería diferente, nos quedaríamos en la ventana y apostamos a que se detendría y nos hablaba. Porque hasta ahí nunca habíamos cruzado palabra. Nuestros juegos eran mudos, solo de miraditas y pasarnos unos a otros mientras caminábamos. Mi hermana dijo que esta vez yo me escondiera. Que teníamos que saber por cuál de las dos se decidía. Mi hermana siempre tan práctica. Que ya no aguantaba más esos jueguitos aburridos. Y así fue, se quedó ella en la ventana porque siempre me gana en todo y dijo, bueno, si me habla, ya está, quiere decir que yo soy la elegida. Si no me habla y pasa de largo, la próxima vez te quedas tú en la ventana.
Alfonso no pasó de largo, al contrario, se detuvo frente a nuestra ventana y por primera vez escuché su voz:
- Hola, ¿está tu hermana? – dijo fuerte y decidido.
Aun escondida, sin poder creerlo, me apoyé en la pared con el corazón golpeándome el pecho y me parecía que no respiraba más, nunca más, y ya nada  me importaba.
           Como ahora, no me importa lo que dice mi hermana. Que no tengo doce años, dice. Y que no vivimos juntas y hace mucho tiempo que nos fuimos de la casa de ladrillos rojos. Yo no le creo, por eso no me importa. Si esta calle es la más linda del mundo porque cuando miro por la ventana ahí abajo está Alfonso con esos ojos como volcanes en erupción. Siempre lo veo, viene caminando y se para frente a nuestra casa y le pregunta a mi hermana por mí y yo me pongo tan contenta que ni siquiera puedo respirar. Pero ella, que es muy práctica, dice que las cosas se me confunden. Que no son como yo creo. Lo que tengo son algunos recuerdos y las otras cosas que pasaron las olvidé. Que ese mismo día que Alfonso habló con nosotras fue muy triste, papá se fue de la casa y nunca más supimos de él. Que al perro celoso terminaron regalándolo y a Tobi, el perro tierno de mi hermano, a pesar de sus ruegos también lo dieron porque tuvimos que dejar la casa de ladrillos rojos y volvimos a la pieza fría de la abuela con el anafe que dejaba el humo negro en las paredes. Y que a Adolfo nunca más lo vimos porque la abuela vivía en el centro y ya no teníamos que tomar el mismo bus con el que atravesábamos casi todo Santiago. Que pasó mucho tiempo desde entonces. Pero yo no le creo. Dice eso porque Alfonso se decidió por mí y no por ella. Todavía le dura la rabia. Y después me sigue contando cosas feas que no quiero escuchar. Que la abuela murió y que a mamá se le terminó la voz de trueno y se metió en la cama fría de la piecita con el anafe y no se levantó más.  Por eso no me gusta cuando viene mi hermana porque siempre repite las mismas cosas y yo me tapo los oídos y le grito que se vaya,  que se vaya de una vez por todas porque quiero estar sola y quedarme en la ventana del segundo piso de nuestra casita de ladrillos rojos y mirar desde ahí esta calle que es como una bendición porque ya viene Adolfo. Cuando grito así llega corriendo una enfermera que no conozco y todo se vuelve negro y me quedo dormida. A veces quiero quedarme dormida para siempre y no saber más de nadie.  Igual, mi hermano no viene nunca. Mi papá tampoco viene y no me tapa en las noches. Pero odio a mi hermana cuando dice que no lo espere más porque se fue para siempre. Y repite lo mismo y lo mismo. Que no tengo doce años. Ni estoy en la casita de ladrillos. ¡No es cierto! Le grito y de nuevo aparece la enfermera y queda todo negro en mi cabeza. Lo único que hace que me despierte es la luz en la ventana del segundo piso. Entonces me levanto y me quedo ahí, todo el tiempo del mundo, viendo pasar el bus que tomamos para ir al colegio y a Adolfo con sus ojos incendiados y cuando nos bajamos con mi hermana y empezamos los jueguitos de pasarnos unos a otros mientras caminamos y no nos hablamos la veo siempre enojada, en cambio mi papá nunca se enoja pero tiene una cara rara cuando nos tapa de noche, y llega Alfonso y le habla porque ella se quedó en la ventana mientras yo me escondo y  escucho,  bien fuerte y clarito, ¿está tu hermana?
Entonces el corazón me golpea como loco en el pecho y ya no me importa nada, ni siquiera respirar más, nunca más.

MIREYA  KELLER
Segundo Premio
X Concurso Literario Alfonso Martínez MENA
Murcia, España, 2010

El último patio. Mireya Keller

          Necesitaba llegar rápido. Por eso tomé el primer taxi que apareció y le pedí, rápido, encuentre el mejor lugar por donde irnos. Estoy atrasado le dije. Muy atrasado. Y él, que usted sabe señor mucho tráfico y a esta hora. Lo dejo en sus manos, le volví a decir. 
            Esa frase dicha así casi al azar me llenó de tranquilidad. Una extraña tranquilidad. Como si la preocupación obsesiva que me embargaba hasta ese momento no hubiese existido. Me recosté en el asiento y tal vez hasta dormité. Por eso no me extrañé cuando miré por la ventanilla y encontré un paraje desconocido. No estaba aun por completo conciente. Seguro que por eso no extrañé. El chofer manejaba muy concentrado y en absoluto silencio. Al parecer no le importaba otra cosa que observar con extremo cuidado el camino. Una piedra pequeña. Un hoyo a la derecha. Otra piedra. ¿Por dónde andábamos? Se acaba el pavimento. Una nube de tierra seca persigue al auto. Árboles enormes aparecen en el camino. Son álamos. También comienzan a perseguirnos. Le pregunto al chofer si está seguro de que estamos en el buen camino. Porque estoy muy atrasado señor. Se lo recuerdo.
            No hay respuesta. Que es una cuestión de vida o muerte, casi le grito. El hombre está aferrado al volante y parece no escuchar. El camino es abrumadoramente recto. No se ve a nadie. En el horizonte solo los álamos que se juntan. Se abren cuando pasamos. Seguimos. Hasta que aparece un portón grande de hierro. Está abierto. Nos esperan, pienso. Entramos. Y de nuevo el camino polvoriento. Sin árboles. Recto. Hasta llegar a una casa grande y chata. Veja. Las paredes son amarillas y están bastante descascaradas. También están manchadas en muchos lugares. En realidad las paredes son una sola mancha. No se ve a nadie. Entonces el chofer detiene el auto y dice, llegamos. Y yo, que cómo se le ocurre, tenía que estar en otro lado. Le dije que era de vida o muerte. Y él con bastante calma, que es aquí señor, déjelo en mis manos. Otra vez. Esa frase otra vez. De pronto un sudor pegajoso y frío gotea por mi nariz, el bigote, la barba, la solapa, deja una aureola amarillenta en la camisa, se escurre por la corbata y finalmente se detiene en mi mano derecha que está agarrada al pantalón con una fuerza  que desconozco.
            Por fin con gran esfuerzo me bajo. Detrás de mi espalda rígida se cierra la puerta del auto. Sin poder moverme escucho que se aleja. Doy unos pasos y entro en la casa. No es casa. Adentro solo hay patios. Algunos cuadrados, otros rectangulares. Patios conectados por extensos corredores a otros patios. No se ve a nadie. No hay ruidos. Atravieso el primero luego el segundo y otro y otro. Solo mis zapatos resuenan. Hacen como una pequeña explosión en el silencio. Avanzo. Interminablemente. Estoy atrasado. Es de vida o muerte. Esas palabras se disparan sin control y metrallan mi mente. Una y otra vez. Una y otra vez. Estoy atrasado. Hasta que por fin. El último patio. Cerrado por una tapia alta. No puedo ver qué hay del otro lado.
Atrasado. Como siempre. Dice una mujer alta parada bajo una puertita casi escondida en una esquina de la tapia. Estira un brazo muy blanco y delgado hacia mí. Lo espero desde hace un buen rato, vuelve a decir.
            Me acerco con la rigidez en la espalda y el sudor pegajoso que sigue goteando. Le doy la mano. No la conozco.